¿Hay algo de teatro en todo esto? Sí, seguramente, pero es siempre el mismo Francisco con ese gusto irresistible por el gesto espectacular que hace que todas las miradas se concentren en él. Ha sido así desde su infancia, cuando debía ser el primero, el punto de mira. Y ahora esta debilidad está al servicio de una sinceridad furiosa que linda con la demencia. Los locos tienen la manía de desnudarse, el también se siente loco, loco de rabia y loco de amor, y, en el delirio de la exaltación, exclama con una autoridad magistral: "Escuchad, escuchad, todos. Desde ahora podré decir con toda libertad Padre nuestro que estás en los cielos. Pietro Berdardone ya no es mi padre, y le devuelvo no sólo su dinero, que aquí está, sino toda mi ropa." Y lanza este último grito que tiene el tono del Magnificat: "Iré desnudo al encuentro con el Señor".
Igual de turbado que la multitud, el obispo lloró y, atrayendo al joven a sus brazos, lo envolvió con su capa. La Iglesia tomaba así posesión de uno de sus más grandes hijos. Bajo las miradas desaprobadoras de la multitud, su padre partió con sus bienes, pero con tristeza en el corazón. Era el 10 de abril de 1206."
Hermano Francisco, Julien Green
Crucecitas de madera en el piso de Tintina
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