1.4.13

Techo



"Un techo para mi país debería llamarse Un piso para mi país" dijo uno de los chicos que construyó en mi cuadrilla la última construcción masiva.

Siempre escuché noticias de gente buena que se decidían a, vaya a saber como, hacer una casa para alguien que la necesitara, pero no fue hasta el año pasado cuando varios amigos decidieron sumarse cuando me enteré que no es simplemente hacer una casa.
Techo es muchísimo más. Es el trabajo de voluntarios antes y después de la construcción, y también otros proyectos: apoyo escolar, juegos para chicos, trabajo en los barrios.
Es gente que se acerca a familias que realmente la necesitan y se deciden a sacarse a sí mismos adelante, pagando una parte de la casita prefabricada y comprometiéndose a ayudar a los voluntarios. 
Quise ver todo eso de cerca, así que me animé con una amiga -igual de inservible que yo para la construcción- a sumar nuestros pares de manos.
Nos tocó construir en Acuba, Lanús. Muy temprano la mañana de un sábado, Andrés y Lili le abrieron las puertas de su casa a nuestra cuadrilla.
Andrés estaba recientemente operado de peritonitis y supuestamente no tenía que moverse mucho, pero el decía que de cualquier forma tiene que trabajar para darle de comer a los chicos, así que era el primero en agarrar la pala, bajar los paneles, cortar los pilotes, sacar y volver a clavar los clavitos que yo ponía mal. Creo que no se sentó en los dos días ni para tomar mate.
Lili le dio de comer a toda la construcción y no paraba de sacar pan dulce del horno mientras vigiliba a los chicos, que a veces resultaban demasiado entusiastas -"¡yo quiero ayudar a hacer mi casa!"-
También nos ayudaron los vecinos, dejándonos lugar para poner las chapas del techo y alcanzándonos cascotes, y los buenazos de los abuelos.
Todavía tengo un callo en el dedo, pero no podía dejar de cavar con mi joven ayudante buscador de tesoros. De la tierra salía cualquier cosa -yo también pensaba cuánto es lo que la lastimamos- y entre tijeras, bolsas de plástico, muñecos y pedazos de caño encontramos con mi amigo pedazos de mármol y piedras raras. Juanchi después lo vendió y compró con esa plata un palito helado para una de las voluntarias.
-Sobredosis de ternura-
Hay gente que dice sin embargo que todo eso no sirve para nada. Por ejemplo, en este caso yo no debería haber pasado un fin de semana con todas estas personas en Buenos Aires cuando ellos eran de Chaco, a la casa la tendríamos que ir a hacer allá. En parte es cierto: Esta gente nunca debería haberse visto obligada a dejar familia, amigos y tierra para venir a amontonarse a una gran ciudad que sí les deja escuela y hospital a mano. Deberíamos ir al interior y solucionar el problema de raíz y evitar la injusta y dolorosa mudanza de montones de familias. ¿Pero mientras tanto, que pasaba con Lili y sus hijos? Ella dijo emocionada que no podía creer que estaba pintando su casa cuando había llegado a ese lugar con dos chapas bajo el brazo y nada más. ¡Una casa! Después de ver tantas sonrisas a mi también me parecía un palacio. Un piso a partir del cual seguir soñando con construir más vida.
Juanchi me preguntó en un momento quién era el jefe ahí. Le dije que no había, aunque los que sabían más nos enseñaban todo a los nuevos para que en algún momento también podamos enseñarle a otros.
-No entiendo. Entonces, ¿quien les paga?
-Nadie nos paga Juanchi
-¡¿Y por qué lo hacen?!
-¡Porque queremos!
-Ah... ustedes son re buenos.
No le solucionamos la vida a esta familia, pero lo que hicimos fue estar ahí para hacerles saber que si quieren ir para adelante, alguien les va a dar una mano -porque no fue un regalo, ¡si ellos la consiguieron!-. Que no importa que este mundo parezca irse al cuerno, que queda un montón de gente buena. Juanchi y sus hermanitos duermen hoy en una casita de madera confiando en la vida.
Volviendo para casa en el micro a la vuelta me puse a hablar con uno de los pocos chicos de la escuela con los que no había hablado. -es cierto que soy muy poco tímida, pero el ambiente invitaba a cazar tu desayuno o cena y a ponerte a charlar con el que se te sentaba al lado- qué me preguntó cómo sintetizaría esos días en dos palabras. Lo pensé un poco y le dije que para mi era una pura experiencia humana. Compartir mesa con la familia, conocer muchas vidas diferentes y la locura de un montón de gente que no tiene nada que ver con la construcción alzando una casa en dos días. Una chica de Nepal al lado de un chico con rastas, kirchneristas y antikirchneritas: todo el mundo levantando un panel, unidos por lo que a todos nos pasa en el fondo. Eso es ser humano.
Le pedí entonces a el una respuesta y me dijo que no podía dármela. No se puede sintetizar eso. Tiene razón, ¡hay que vivirlo!



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